Marbella El Triángulo de Oro

Por Ricardo Arranz de Miguel Presidente Hotel Villa Padierna

Hay ciudades que asociamos con un mito. Marbella es una de ellas. Aquella deliciosa ciudad blanca con vistas al Mediterráneo, transformada hace medio siglo en un lugar de ensueño, sigue despertando la misma fascinación para los que buscan descanso, exclusividad y un delicioso sentido por la vida. Marbella es un destino irrenunciable vinculado a la sofisticación, a la serenidad y al placer. La ciudad y su hechizo se han ensanchado en las últimas décadas hasta sumar a las ciudades vecinas de Benahavís y Estepona, sus anchos y espacios términos municipales donde se extienden algunos de los campos de golf más codiciados del mundo, hoteles que son referencia internacional y urbanizaciones de ensueño en las que descansar y quedarse a vivir.

Todo comenzó cuando Ricardo Soriano y el príncipe Alfonso de Hohenlohe se empeñaron en convertir aquel sencillo pueblecito de pescadores en un lugar de descanso exclusivo, polo de atracción para grandes apellidos nacionales e internacionales que hallaron en este rincón de la Costa del Sol su paraíso en la tierra. Apellidos como Coca, Goizueta o Villapadierna, sagas como los Bismarck, los Thyssen o los Alba o dinastías como las que trajo consigo el rey Fahd de Arabia contribuyeron hace décadas a construir el mito de la ciudad y de sus encantos. Grandes empresarios como Meliá o Banús edificaron los templos del descanso y el ocio, y delicados artistas y decoradores como Jaime Parladé supieron aportar la estética que convirtió Marbella en referente internacional del buen gusto. Hoy los marbellíes, hayamos nacido aquí o en cualquier otro lugar del mundo, somos herederos de aquellos soñadores y hacemos nuestro el compromiso de preservar aquel legado.

Marbella, Benahavís y Estepona forman un “triángulo de oro” único en el mundo. Mientras otros destinos de descanso y esparcimiento han acabado masificados y tematizados, esta franja del Mediterráneo andaluz ha sabido preservar su esencia, su carácter y su singular personalidad. Basta con tomar un barco y alejarse unas millas de la costa para descubrir que aún predomina el verdor de los árboles de altas copas entre las casas que no han perdido su deliciosa estética andaluza o aquellas otras, perfectamente integradas en el paisaje, que apelan a la más valiosa arquitectura moderna. Lo que late dentro es una comunidad viva e internacional, enaltecida con el acento de decenas y decenas de ciudadanos de países distintos que han hecho suya esta realidad cosmopolita.

Aquel singular pueblecito de pescadores sigue cobijando su esencia patrimonial en su casco antiguo, hecho de casas señoriales, templos históricos, fachadas encaladas de cal en primavera y macetas de las que estallan flores de mil colores. Su milla de oro nos acerca a los primeros grandes hoteles abiertos hace medio siglo, a los primeros campos de golf donde se celebraron torneos que hoy son una referencia internacional y a sugerentes restaurantes donde la cocina se ha convertido en un arte prestigiado por varias estrellas michelín.

Los que llevamos toda la vida en esta ciudad, los que creemos firmemente en ella y hacemos nuestra la cercanía con Estepona y Benahavís, nos gusta sentirnos parte de un lugar donde nadie es extraño. He conocido pocos lugares tan acogedores y abiertos como Marbella, pocas ciudades tan generosas y plurales, pocos sitios donde el placer y la buena vida cobren tanto sentido. Quizá eso me hizo ver, siendo muy joven, que este era mi lugar en el mundo.